sábado, 18 de agosto de 2007

Sueño, de Alejandra Pizarnik

Estallará la isla del recuerdo.
La vida será un acto de candor.
Prisión
para los días sin retorno.
Mañana
los monstruos del buque destruirán la playa
sobre el vidrio del misterio.
Mañana
la carta desconocida encontrará las manos del alma.

La enamorada, de Alejandra Pizarnik

esta lúgubre manía de vivir
esta recóndita humorada de vivir
te arrastra alejandra no lo niegues

hoy te miraste en el espejo
y te fue triste estabas sola
la luz rugía el aire cantaba
pero tu amado no volvió

enviarás mensajes sonreirás
tremolarás tus manos así volverá
tu amado tan amado

oyes la demente sirena que lo robó
el barco con barbas de espuma
donde murieron las risas
recuerdas el último abrazo
oh nada de angustias
ríe en el pañuelo llora a carcajadas
pero cierra las puertas de tu rostro
para que no digan luego
que aquella mujer enamorada fuiste tú

te remuerden los días
te culpan las noches
te duele la vida tanto tanto
desesperada ¿adónde vas?
desesperada ¡nada más!

JUAN FILLOY

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Juan Filloy
Nacimiento: 1 de agosto de 1.894
Argentina
Fallecimiento: 15 de julio de 2.000,

105 años
Argentina

Juan Filloy (Córdoba, 1 de agosto de 189415 de julio de 2000) fue un escritor argentino.

Tabla de contenido

BiografíaHijo de padre español y madre francesa, Juan Filloy nació en la ciudad Córdoba.

Aunque nunca jugó al fútbol, en 1913 estuvo entre los socios fundadores del club Talleres, entidad que llegó a presidir. En 1918 tuvo participación activa en la Reforma Universitaria, casi al mismo tiempo que trabajaba de dibujante caricaturista. Fue miembro de la Federación Argentina de Box y dirigió combates de Luis Angel Firpo.

En 1920, recién graduado de abogado en la Universidad Nacional de Córdoba, se trasladó a Río Cuarto, ciudad en la que residiría durante 64 años. En su ciudad adoptiva fue uno de los fundadores del Museo de Bellas Artes de Río Cuarto y del Golf Club (deporte que nunca practicó). Durante sesenta años fue colaborador del diario "El Pueblo" de Río Cuarto, en el que escribía una columna diaria con comentarios de actualidad, crítica literaria o teatral. Después de publicados sus primeros siete libros en ediciones de autor, permaneció más de 28 años (entre 1939 y 1967) sin nuevas publicaciones. Durante ese tiempo se dempeñó como juez, si bien no dejó de escribir profusamente. A partir de 1984 y hasta su muerte volvió a residir en la ciudad de Córdoba.

El escritor

Fue importante fuente de inspiración para otros escritores como Julio Cortázar, quien se refiere a su obra en Rayuela y en La vuelta al día en ochenta mundos. Respecto de Filloy, el escritor y crítico mexicano Alfonso Reyes sostuvo que era "el progenitor de una nueva literatura americana". Su obra se caracteriza principalmente por una crítica a las costumbres humanas, crítica efectuada mediante el humor recurriendo frecuentemente a la parodia y a la ironía.

A lo largo de sus casi 106 años de vida, Juan Filloy desarrolló una vasta obra literaria en todos los géneros: novela, cuento, artículo, ensayo, traducción, poesía, teatro, relato, nouvelle, historia, en total ha escrito más de cincuenta obras quedando aún muchas de ellas inéditas.

Entre las curiosidades de su obra literaria merecen destacarse su afición a los palíndromos, de los que ha publicado más de 8.000 - hasta el presente (2006) ha resultado ser el mayor realizador de palíndromos en lengua española después de Víctor Carbajo- y los megasonetos, que consisten 14 series de 14 sonetos, los que publicó 896. Otra curiosidad consiste en que todos los títulos de sus obras tienen siete letras, como puede apreciarse en la lista más abajo, y el hecho de que dichos títulos comienzan con todas las letras del alfabeto.

Recibió las siguientes distinciones: Gran Premio de Honor de la SADE, 1971. Pluma de Plata del Pen Club, 1978. Miembro de la Academia Argentina de Letras, 1980. Doctor Honoris Causa por la Universidad Nacional de Río Cuarto, 1989. Premio Esteban Echeverría, Gente de Letras, 1991. Premio Trayectoria, Fondo Nacional de las Artes, 1993. Pluma de Oro del Pen Club, 1994. Pluma de Honor del Pen Club, 1995. Personalidad Emérita de la Cultura Nacional, 1996. Gran Premio de Honor, Fundación Argentina de Poesía, 1996. Mayor Notable, Congreso de la Nación Argentina, 1997. Fue condecorado por Italia con la Orden al Mérito de la República en 1986, y por Francia con el nombramiento de Chevalier de l'Ordre des Arts et des Lettres, 1990.

Obras

Entre 1930 y 1997 se publicaron 27 obras de Filloy:

  • Periplo (1930)
  • ¡Estafen! (1931 y 1997)
  • Balumba (1932)
  • Op Oloop (1934, 1967 y 1997)
  • Aquende (1935 y 1996)
  • Caterva (1938 y 1992)
  • Finesse (1939)
  • Ignitus (1971)
  • Yo, yo y yo (1971)
  • Los Ochoa (1972)
  • La potra (1973)
  • Usaland (1973)
  • Vil & Vil (1975)
  • Urrumpta (1977)
  • Tal cual (1980)
  • L'Ambigú (1982)
  • Karcino (1988)
  • Gentuza (1991)
  • Mujeres (1991)
  • La purga (1994)
  • Elegías (1994)
  • Esto fui (1994)
  • Sagesse (1995)
  • Don Juan (1995)
  • Sexamor (1996)
  • Sonetos (1996)
  • Decio 8A (1997)

Otras tres obras fueron publicadas bajo forma de artículos en el citado diario "El Pueblo" y en "La Nación" de Buenos Aires: Jjasond, Metopas y Ñanpilm. A comienzos de 2006, un número consderable de obras de Filloy no habían sido aún publicadas: Ambular, Chagui, Churque, Eran Así, Gaudium, Homo Sun , Ironike, Item Más, Llovizna, Miss Liv, Nepente, Nefilim, Quolibet, Recital, Revenar, Sicigia, Tanatos, Todavía, Witness, Xinglar y Zodíaco.

Enlaces externos

Bibliografía crítica sobre su obra

  • Don Juan. Antología de Juan Filloy. Selección, estudio y prólogo a cargo de Mempo Giardinelli. Buenos Aires: Ediciones Desde la Gente, 1995. 128 págs.
  • Juan Filloy. El escritor escondido. Mónica Ambort. Córdoba: Op Oloop Ediciones, 1992. 140 págs.
  • Atípicos en la literatura latinoamericana. Noé Jitrik (compilador). Buenos Aires: Oficina de Publicaciones del Ciclo Básico Común, UBA, 1997.
  • Anatomía de Op Oloop. Hermenéutica de la novela Op Oloop de Juan Filloy. Héctor González Quintana. Río Cuarto: Universidad Nacional de Río Cuarto, 1994. 122 págs.
  • Anatomía de La Potra. Hermenéutica de la novela La Potra de Juan Filloy. Héctor González Quintana. Río Cuarto: Universidad Nacional de Río Cuarto, 1996. 172 págs.
  • Resquicios de la Ley : una lectura de Juan Filloy". Sandra Gasparini. Buenos Aires : Universidad de Buenos Aires, 1994. 47 págs.

sábado, 11 de agosto de 2007

NO TE SALVES


No te quedes inmóvil al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca.
.
No te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer lo párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo.
.
Pero si
pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el jubilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas
entonces
no te quedes conmigo

Mario Benedetti

viernes, 3 de agosto de 2007

Acerca del placer de la lectura



Leer, leer, leer, vivir la vida
que otros soñaron.
Leer, leer, leer, el alma olvida
las cosas que pasaron.

Se quedan las que quedan, las ficciones,
las flores de la pluma,
las solas, las humanas creaciones,
el poso de la espuma.

Leer, leer, leer: ¿serè lectura
mañana tambièn yo?
¿Serè mi creador, mi criatura,
serè lo que pasò?

MIGUEL DE UNAMUNO


La historia sin fin

La vida nueva, novela de Orhan Pamuk


Fragmento de la novela

1

Un día leí un libro y toda mi vida cambió. Ya desde las primeras páginas sentí de tal manera la fuerza del libro que creí que mi cuerpo se distanciaba de la mesa y la silla en la que estaba sentado. Pero, a pesar de tener la sensación de que mi cuerpo se alejaba de mí, era como si más que nunca estuviera ante la mesa y en la silla con todo mi cuerpo y todo lo que era mío y el influjo del libro no sólo se mostrara en mi espíritu sino en todo lo que me hacía ser yo. Era aquél un influjo tan poderoso que creí que de las páginas del libro emanaba una luz que se reflejaba en mi cara: una luz brillantísima que al mismo tiempo cegaba mi mente y la hacía refulgir. Pensé que con aquella luz podría hacerme de nuevo a mí mismo, noté que con aquella luz podría salir de los caminos trillados, en aquella luz, en aquella luz sentí las sombras de una vida que conocería y con la que me identificaría más tarde. Estaba sentado a la mesa, un rincón de mi mente sabía que estaba sentado, volvía las páginas y mientras mi vida cambiaba yo leía nuevas palabras y páginas. Un rato después me sentí tan poco preparado y tan impotente con respecto a las cosas que habrían de sucederme, que por un momento aparté instintivamente mi rostro de las páginas como si quisiera protegerme de la fuerza que emanaba del libro. Fue entonces cuando me di cuenta aterrorizado de que el mundo que me rodeaba había cambiado también de arriba abajo y me dejé llevar por una impresión de soledad como jamás había sentido hasta ese momento. Era como si me encontrara completamente solo en un país cuya lengua, costumbres y geografía ignorara.

La impotencia que me produjo aquella sensación de soledad me ató de repente con más fuerza al libro. El libro me mostraría todo lo que debía hacer en aquel nuevo país en el que había caído, lo que quería creer, lo que vería, el rumbo que seguiría mi vida. Ahora, pasando las páginas una a una, leía el libro como si fuera una guía que me mostrara el camino a seguir en un país salvaje y extraño. Ayúdame, me apetecía decirle, ayúdame para que pueda encontrar una vida nueva sin tropezar con accidentes ni catástrofes. Pero también sabía que esa vida nueva estaba formada por las palabras del libro. Mientras leía las palabras una a una intentaba, por un lado, encontrar mi camino, y, por otro, recreaba admirado cada una de las imaginarias maravillas que me harían perderlo por completo.

A lo largo de todo aquel tiempo, mientras reposaba sobre mi mesa y proyectaba su luz en mi cara, el libro me resultaba algo cotidiano, parecido al resto de los objetos de mi habitación. Lo noté mientras asumía maravillado y alegre la existencia de una vida nueva, de un mundo nuevo, que se abría ante mí: aquel libro capaz de cambiar de tal manera mi vida sólo era un objeto vulgar. Mientras las ventanas de mi imaginación se abrían lentamente a las maravillas y a los terrores del mundo nuevo que me prometían sus palabras, volvía a pensar en la coincidencia que me había llevado hasta el libro, pero aquello era una fantasía que se quedaba en la superficie de mi mente y que no descendía hasta sus profundidades. El hecho de que me volcara en esa fantasía según leía parecía deberse a un cierto miedo: el mundo nuevo que me ofrecía el libro me era tan ajeno, era tan extraño y sorprendente que para no sumergirme por completo en él notaba la necesidad de sentir algo que se relacionara con el presente. Porque en mi corazón se estaba asentando el miedo a que, si levantaba la cabeza del libro, si miraba mi habitación, mi armario, mi cama, si echaba una ojeada por la ventana, no podría encontrar el mundo tal y como lo había dejado.

Los minutos y las páginas se sucedieron, pasaron trenes a lo lejos, oí cómo mi madre salía de casa y cómo regresaba mucho después; oí el estruendo habitual de la ciudad, la campanilla del vendedor de yogur que pasaba ante la puerta y los motores de los coches y todos aquellos sonidos que tan bien conocía me parecieron extraños. En cierto momento creí que fuera llovía a cántaros, pero me llegaron unos gritos de niñas que saltaban a la comba. Creí que se abriría el cielo y que saldría el sol, pero en el cristal de mi ventana repiquetearon gotas de lluvia. Leí la página siguiente, otra más, otras; vi la luz que se filtraba desde el umbral de la otra vida; vi lo que hasta entonces sabía y lo que ignoraba; vi mi propia vida, el camino que creía que tomaría mi vida…

Pasando lentamente las páginas penetró en mi alma un mundo cuya existencia hasta entonces había ignorado, en el que nunca había pensado, que nunca había sentido, y allí se quedó. Muchas cosas que hasta entonces sabía y sobre las que había meditado se convirtieron en detalles en los que no valía la pena insistir y otras que ignoraba surgieron de sus escondrijos y me enviaron señales. Si mientras leía me hubieran preguntado qué era aquello, no habría podido responder porque sabía que leyendo avanzaba lentamente por un camino sin retorno, notaba que había perdido todo mi interés y curiosidad por ciertas cosas que había dejado atrás, pero sentía tal entusiasmo e ilusión por la nueva vida que se extendía ante mí que me daba la impresión de que todo lo que existía era digno de interés. Justo cuando me abrazaba entusiasmado a ese interés, cuando comenzaba a balancear nervioso las piernas, la profusión, la riqueza y la complejidad de todas las posibilidades se convirtieron en mi corazón en una especie de terror.

Acompañando a ese terror vi en la luz que el libro proyectaba en mi cara habitaciones decadentes, vi autobuses enloquecidos, gente cansada, letras pálidas, ciudades perdidas y vidas y fantasmas. Había un viaje, siempre, todo era un viaje. Y vi una mirada que me seguía continuamente en ese viaje, que parecía surgir ante mí en los lugares más inesperados y que luego desaparecía, y que conseguía que se la buscara precisamente por haber desaparecido; una mirada dulce limpia de culpa y pecado mucho tiempo atrás… Quise poder ser esa mirada. Quise estar en el mundo que veía esa mirada. Lo deseé de tal manera que me dio la impresión de que creía vivir en ese mundo. No, ni siquiera había necesidad de creerlo; yo vivía allí. Y puesto que vivía allí, el libro, por supuesto, debía tratar de mí. Y eso era así porque alguien antes que yo había pensado y puesto por escrito mis pensamientos.

Y fue de esa manera como comprendí que las palabras y lo que me describían debían de ser cosas completamente distintas unas de otras. Porque desde el principio había notado que el libro había sido escrito para mí. Quizá fuera por eso por lo que cada palabra y cada frase se grababan de tal manera en mi interior mientras leía. No porque fueran frases extraordinarias ni palabras brillantes, no, sino porque me arrastraba la sensación de que el libro hablaba de mí. No pude descubrir cómo me había dejado llevar por esa sensación. Quizá lo descubrí y lo olvidé porque intentaba encontrar mi camino entre asesinos, accidentes, muertes y señales perdidas.

Y así, a fuerza de leer, mi punto de vista se transformó con las palabras del libro y las palabras del libro se convirtieron en mi punto de vista. Mis ojos, deslumbrados por la luz, ya no podían separar el universo que existía en el libro del libro que existía en el universo. Era como si el único universo posible, todo lo que existía, todos los colores y objetos posibles existieran en el libro y entre sus palabras y yo, leyendo, hiciera realidad en mi mente, alegre y admirado, todo lo que era posible. Iba comprendiendo según leía que lo que el libro parecía susurrarme al principio y que luego me mostraba con una especie de doloroso palpitar y después con una violencia desatada llevaba años escondido allí, en lo más profundo de mi espíritu. El libro había encontrado un tesoro perdido que llevaba siglos yaciendo en el fondo de las aguas, lo había sacado a la superficie y a mí me habría gustado proclamar que todo lo que iba hallando entre las líneas y las palabras ahora me pertenecía. En cierto lugar de la última página quise también decir que aquello ya lo había pensado yo. Luego, cuando penetré por completo en el mundo que describía el libro, vi la muerte como un ángel que surgía entre la oscuridad y el alba. Mi propia muerte…

De repente comprendí que mi vida se había enriquecido hasta un punto que nunca antes habría podido pensar. En aquel momento lo único que temía no era mirar al mundo, a los objetos, a mi habitación, a la calle, y no descubrir lo que describía el libro, sino sólo permanecer alejado de él. Lo cogí con ambas manos y, como hacía en mi niñez con los tebeos que acababa de leer, olí el aroma a papel y tinta que despedían sus páginas. Olía exactamente igual.

Me levanté de la mesa y, como hacía en mi niñez, caminé hasta la ventana, apoyé la frente en el frío cristal y miré a la calle. El camión que había aparcado en la acera de enfrente cinco horas antes, cuando apoyé el libro en la mesa a mediodía y comencé a leer, ya se había ido, pero habían vaciado su carga de aparadores, mesas pesadas, mesillas, cajas y lámparas de pie; en el piso vacío de enfrente se había instalado una nueva familia. Como las cortinas aún no estaban colgadas, a la luz de una potente y desnuda bombilla podía ver cómo cenaban ante la televisión encendida unos padres maduros y un chico y una chica de mi edad. Ella tenía el pelo castaño claro, la televisión tenía la pantalla verde.

Durante un rato miré a aquellos nuevos vecinos; quizá me gustaba observarlos porque eran nuevos, era como si aquello me protegiera de alguna manera. No quería enfrentarme al hecho de que el viejo mundo a mi alrededor, antes tan familiar, había cambiado de arriba abajo, pero comprendía que ni las calles eran las mismas calles, ni mi habitación era la misma habitación, ni mi madre y mis amigos eran las mismas personas. En todos ellos había una cierta hostilidad, una amenaza, algo terrible que no acertaba a identificar. Me aparté un paso de la ventana pero no pude volver al libro que me llamaba desde la mesa. Allí me esperaba la cosa que había desviado mi vida de su camino, detrás de mí, sobre la mesa. Por mucho que le diera la espalda, el principio de todo estaba allí, entre las líneas del libro, y yo iba a emprender ese viaje.

Por un momento debió de parecerme tan terrible el apartarme de mi antigua vida que, como hacen las personas cuyas existencias cambian de manera irreparable como resultado de un desastre, quise encontrar la paz imaginando que mi vida seguiría fluyendo como antes, que no había ocurrido el accidente, el desastre o lo que fuera aquella cosa terrible que me había sucedido. Pero sentía de tal manera en mi corazón la presencia del libro aún abierto sobre la mesa a mis espaldas que ni siquiera pude imaginar cómo podría continuar mi vida como antes.